Por Hugo Rivas, exalumno externadista Promoción 2017.
Llegamos la noche del sábado 1 de abril al caserío Santa Inés (San José Guayabal, departamento de Cuscatlán). Entre miradas curiosas y sonrisas descargamos el camión lleno de juguetes, piñatas y, sobre todo, muchas expectativas para los próximos cuatro días.
El domingo 2 de abril nos despertamos temprano, había que arreglar la ermita y preparar otros elementos para la celebración de ramos. Tuvimos casa llena y comenzamos la procesión con el tronar de los cuetes de vara, las canciones litúrgicas y los aplausos.
Ese fue nuestro primer acercamiento a la comunidad. Entre el caminar, reír y celebrar con los hermanos y hermanas del caserío Santa Inés, y los cantones Piedra Labrada y Meléndez, se nos fueron volando las horas, del lunes 3 al miércoles 5 de abril.
Todas las noches terminábamos polvorientos, sudorosos y con el corazón contento, por haber encontrado el rostro de Dios en los niños y niñas que bailaban y jugaban pelota, en los y las jóvenes rompiendo la piñata y en las personas enfermas que esperaban una visita de ánimo, o los adultos esperando una palabra de aliento.
Regresando a San Salvador, el día miércoles 5 de abril, y luego de meditar lo vivido, creo que no me equivoco al afirmar que la Comunidad Magis está convencida que “el amor se ha de poner más en las obras que en palabras”.