«Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.»
Pablo Neruda
Di mi primera clase de literatura en el Externado de San José la segunda semana de febrero de 1988, con apenas veintiún años de edad y en cuarto año de Letras en la UCA. Aquel año se estrenaron las nuevas instalaciones colegiales, luego de la demolición del antiguo edificio tras el terremoto de 1986. Desde entonces hasta ahora, calculo en más de 3,000 mis exalumnos y exalumnas.
A la fecha de la redacción de este artículo (2011) quedaban tres compañeros/as de quienes entonces daban clases en secundaria. Para 2020 (fecha de actualización del texto) solo queda un buen recuerdo de ellos. Las aulas, pasillos y locales son prácticamente los mismos, aunque bastante mejorados y ampliados; sin embargo, los cambios más importantes son educativos y han ocurrido por la implementación de nuevos y diversos enfoques pedagógicos.
Ilusionado por la llegada de mi segunda generación de estudiantes –un alumno hijo de un exalumno- me place dar una mirada retrospectiva y me alegra ver diferencias significativas entre aquella era academicista y este presente más diverso y evolucionado. El siguiente recuento abarca al sector de tercer ciclo y bachillerato, donde he ejercido la docencia por veintitrés años, los que mi memoria alcanza. Más de algún lector se sorprenderá, pero así es la evolución.
Siete filas de siete pupitres
Las aulas estándar tenían 49 cupos, distribuidos en siete columnas de siete pupitres cada una. Actualmente, por política institucional, en esas mismas aulas se ponen un máximo de seis columnas para 42 alumnos/as.
Ocho voces en el módulo
Casi la totalidad de las clases se desarrollaban de forma expositiva y sin salir del aula. El silencio estudiantil era absoluto y si uno, como espectador, se paraba a mitad del módulo 2 frente a biblioteca, escuchaba claramente las ocho voces docentes, cada una con su tema, entre los pasillos desolados. Ahora el ambiente es bastante más comunicativo.
Examen sin salida
Durante los exámenes mensuales no se permitía -como ahora- salir al patio a los estudiantes que terminaban su prueba antes de concluir el periodo de clase para él asignado. Es más: cuando el grupo finalizaba, se exigía continuar de inmediato con la clase, para aprovechar los minutos restantes hasta el toque de timbre.
5 para aprobar
La nota requerida para aprobar una materia era de 5, pero lograrlo era tan difícil que el 7 estaba reservado para los extraordinarios. Este sistema tenía efectos colaterales no deseados, como una visión utilitarista del estudio, tanto así que había muchísimos estudiantes que si tenían ganados sus cinco puntos, se presentaban al examen trimestral solo a poner el nombre, dejando en blanco toda la papeleta.
Examen, examen y… ¡examen!
A diferencia de la actual diversidad de actividades con sus respectivas ponderaciones, antes era muy fácil saber la carga académica trimestral de todas las materias: esta consistía en un examen mensual (100% de la nota), otro examen de mes (con valor del 100%) y finalmente un examen trimestral (al 100%).
Permiso para fumar
Había quienes aseguraban que una fuerte razón para que los adolescentes se interesasen en fumar era precisamente por el carácter prohibitivo de esta actividad. Así pues, en aquel tiempo los estudiantes de bachillerato tenían permiso de fumar en la zona de las mesitas rojas. Contrario al noble propósito que probablemente motivó la norma, el resultado fue la proliferación del vicio, comprobando la sabiduría popular (“de buenas intenciones..”). En 1996 se acabó esta licencia y ahora, como política interna reforzada por la ley antitabaco, hay rótulos de “no fumar” desde el portón de entrada hasta el más recóndito pasillo.
A base de apuntes
Tomar buenos apuntes de clase no es sencillo. Si no hay libros de texto ni material de apoyo, y si además el profesor da las explicaciones a la velocidad de su propia mente y no a la de sus estudiantes adolescentes, la tarea se complica más. Sin embargo, la preparación para los exámenes se hacía sobre la base de los apuntes que cada quien tomaba en clase.
Exclusiones instantáneas
La pérdida de matrícula por bajo rendimiento académico es una realidad que quisiéramos evitar. Sin embargo, llegado el caso, hay modos y maneras para comunicar y lidiar con esta situación. El procedimiento vigente en aquella época era que, cuando se daban los avisos de exclusión luego del primer trimestre, la expulsión tenía efecto inmediato; es decir: el estudiante entraba a su aula, recibía la noticia y se marchaba en ese mismo instante. A principios de la década de los noventas que se cambió esta política, permitiéndosele al joven involucrado terminar aquí su año escolar, con posibilidad de apelación si al final enderezaba el rumbo.
Sin menoscabo del mérito intelectual y humano de las promociones que sobrevivieron a aquel sistema y lograron felizmente graduarse, prefiero este bullicioso presente que aquel estricto pasado. Y si se me permite una fantasía espacio-temporal… ¡cómo quisiera haber dado mis primeras clases de hace veintitantos años de la manera como las doy ahora!
Por Rafael Francisco Góchez