Es loable que los padres y madres de familia ansíen que sus hijos e hijas se desarrollen intelectualmente, que adquieran conocimientos y sean profesionales exitosos; pero a veces se preocupan menos porque desarrollen otros rasgos de la personalidad vitales para el éxito, tales como la responsabilidad, la determinación, la perseverancia, la capacidad de trabajo, la fuerza de voluntad, la espiritualidad y el dominio del cuerpo y de las emociones.
Muchos padres tratan de darles a los hijos todo lo que no tuvieron, esto es: tiempo y cariño, dinero suficiente, diversión, colegios prestigiosos, comodidades y equipos de trabajo o recreación. Pero a veces les dan tanto, que terminan volviéndolos incapaces de hacer esfuerzos para su propia superación. Muchos padres están conscientes de que tuvieron menores oportunidades que sus hijos, que a veces debieron trabajar y estudiar por las noches, cumplir con responsabilidades familiares y que eso contribuyó al forjamiento de su espíritu de lucha. Qué bien que los jóvenes tengan oportunidades que sus padres no tuvieron, pero está mal que no tengan algunas cosas que los padres sí tuvieron, como son: responsabilidades, esfuerzo personal, dificultades que vencer y limitaciones que tolerar; en síntesis, oportunidad de crecer y ser fuertes.
Educar a un hijo sin otra responsabilidad más que la de estudiar suele provocar un efecto contrario al que se persigue. La explicación es sencilla: se aprende haciendo. Nadie puede ser responsable si nunca ha tenido responsabilidades; la fuerza de voluntad, la capacidad de trabajo y la perseverancia son el producto de la ejercitación. Según los antropólogos, el trabajo fue un factor determinante en el desarrollo del complejo cerebro humano. Resolver una tarea laboral, exige pensar y actuar, vencer la resistencia de la inercia. Y eso provoca desarrollo. Sólo es aceptable que los niños no deben trabajar si se entiende que no están para sustituir a los adultos en la tarea de proveer recursos para el hogar, pero deben tener responsabilidades desde muy temprano.
El filósofo alemán Friedrich Nietzsche opinaba que la educación debe desarrollar la capacidad de ver, pensar, hablar, tocar y escribir. Y bailar en todas sus formas: con los pies, con las palabras, con los conceptos, con la pluma. He aquí una agenda mínima que debería orientar la educación de los niños y adolescentes:
- Los conocimientos. Aprender no sólo conceptos y teorías, sino también aprender a aprender con esfuerzo propio.
- Las emociones. Desarrollar la capacidad de percibir, distinguir y considerar en la acción cotidiana los temperamentos, intenciones, estados de ánimo y motivaciones de los demás y los propios.
- El dominio del cuerpo. Entrenar al cerebro para pensar activamente y la voluntad para actuar con responsabilidad. El pensamiento es nulo si no va seguido de la acción.
- La fuerza de voluntad. Educar la capacidad de actuar o de abstenerse convenientemente, aun en contra de los impulsos pasajeros. Este rasgo influye en la responsabilidad, la determinación, la perseverancia y la capacidad de asimilar el fracaso.
- La espiritualidad. Desarrollar la fe, la confianza, no exclusivamente en la existencia de un Dios, sino también en las leyes que rigen la naturaleza, en la bondad del ser humano, en la conveniencia de vivir en sociedad, entre los hombres y mujeres que nos rodean.
Ame a su hijo con todas sus fuerzas, pero no le haga la vida «mega-fácil». Podría fracasar. Vivir es luchar constantemente.
Por Luis Hermógenes Jovel